que a pasear vendría todo el grupo,
que
todo era una excusa
para comer de forma bien profusa,
y
para no cansarnos
y llegar al final sin agotarnos,
de
forma inteligente
la cueva se exploró cómodamente
por
ruta que ese día
dos etapas distintas contaría:
una
etapa primera
con sabinares, cueva y solanera
y
una segunda parte
con comida, mesón y obras de arte.
A
las diez de la mañana
en la puerta de la gruta
comenzamos esta ruta
por la estepa castellana;
una
excursión muy campestre
sin cuestas, rampas ni montes
sin pedrizas ni desmontes,
la más corta del trimestre;
excursión
de compromiso
por caminos vecinales
rasgones por los zarzales
y parcelas sin permiso;
y
una aldea abandonada,
Matandrino, consecuencia
y manifiesta evidencia
de esa España vaciada.
Diez
kilómetros después
volvimos al mismo punto.
¡A marchas así me apunto,
no hubo dolores de pies!,
y
en la puerta de la cueva
a las doce más o menos
unos bizcochos rellenos
del Ángelus dieron prueba.
—Quien
conozca las pinturas
de Marcos Cid, a este lado
los que no, ¡tened cuidado!,
a las cavernas oscuras.
Los
que dimos «sí», rotundos,
nos quedamos taciturnos
pues al pasarse por turnos
nos tocó ser los segundos.
Cuando
nos tocó la entrada
¡nadie lo hubiera intuido!,
en lugar tan escondido
tal belleza conservada:
coladas,
laminadores,
estalactitas, gateras
estalagmitas, banderas,
y hasta huesos de señores
que
obtuvieron los halagos
de todos los visitantes,
antes como caminantes,
ahora como espeleomagos.
Tomamos
los coches, pues,
para marcharnos fugaces
yendo como kamikazes
kilómetros, veintitrés,
y
nos trasladamos al
Palacio del Esquileo
donde el preciado papeo
esperaba puntual.
Pero
antes de comenzar…
¿qué fue del grupo pionero
que se adelantó primero
a la cueva visitar?
Aquellos
que anteriormente
no habían tenido ocasión
de visitar la mansión,
ni sus cuadros —obviamente—,
recorriendo
el interior
admiraron las pinturas
de Marcos con sus texturas
y su ambiente encantador.
Y
ahora todos en las mesas
empezamos a comer
lo que fuera menester
sin agobios ni sorpresas:
Salmorejo
de primero
o una sopa castellana;
estoy entre segoviana
y cordobesa, ¿qué espero?
¿Decidir
entre un salmón
o entre una carrillera?;
la segunda o la primera
es difícil decisión.
Tratándose
de alimentos
cada uno se comió
lo que más le pareció
y, así pues, todos contentos.
Y
antes de decir adiós
con amigable ademán
la fugaz foto de clan
se tomó a los treinta y dos,
y
una figura gigante
con la que inmortalizarnos
hizo fotografiarnos:
la estatua del elefante.
Paco Cantos 10/7/2019
Paco Cantos 10/7/2019
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