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Subida al cerro de San Pedro

     Ordena la tradición
que terminando el estío
hagamos una ascensión
al San Pedro en procesión,
nuestro primer desafío,
     aunque la temperatura
a mediados de septiembre
suele ser una tortura,
y para tal aventura
mejor sería noviembre.
     Por más que parezca extraño,
ir a Islandia de excursión
nos demoró la ascensión
y subimos este año
con el cambio de estación,
     que mejor es remontar
de forma bien ventilada,
la cima sin la sudada
y así poder empezar
una nueva temporada.

     Empezamos la ascensión
con grande motivación,
por caminos empinados
de vegetal despoblados,
pero esto no fue razón
     de descorazonamiento,
pues la subida a la cumbre
es tan solo un elemento
del gran acontecimiento
convertido ya en costumbre.
     —La cima se va acercando
—dijo alguien con ignorancia—.
No era verdad, pues llegando
al Cerro de la Prestancia
vimos allá en la distancia,
     altivo y desafiante,
el de San Pedro, arrogante,
vigilando el horizonte.
«Después de un monte, otro monte…»,
que cantaba el caminante.
     Ninguno se desanima
y el alto ya se aproxima;
dos kilómetros apenas
de subidas por las buenas
desde el coche hasta la cima.

     Por fin llegamos arriba.
—¿Tomamos un tentempié?
—No hay nada que lo prohíba,
y una buena iniciativa
sería tomar café;
     y otra cosa habitual,
buscar el libro escondido
donde escribe cada cual
su firma, cómo le ha ido,
las subidas que ha cumplido:
     «José Luis aquí ha llegado…»
«Yo he subido varias veces…»
«En verano aquí pereces...»
«…más de doscientas he estado…»
—¿Doscientas? ¡gilipolleces!,
     mirad qué pone Pilar,
vecina de Colmenar,
¡mira que le pone ahínco!
¿quién la podrá superar?
¡tres mil setecientas cinco!
     —¿Subidas? ¡Jolín, qué tía!
—Es que sube cada día.
Yo encontré en el libro aquel
solo un trozo de papel
donde escribir la poesía:

     «Existe una tradición
ante la cual no me arredro:
después de la vacación,
nuestra primera excursión
es al cerro de San Pedro,
     y siento satisfacción,
dicha, deleite y halago,
de comenzar la estación
en compañía y unión
de tanto senderomago».

     Junto a lo que escribí yo,
cada cual aprovechó
para colocar su firma,
lo cual constata y confirma
que hasta el San Pedro subió.
     Y tras el ceremonial,
la bajada comenzó;
Antonio nos dirigió
de una forma magistral
 por zona meridional,
     alargando la excursión
para que aquella tuviera
diez kilómetros siquiera,
que es la reglamentación;
si no, no se considera;
     y, además, no fue sencillo
pasar de un tiempo otoñal
otra vez al estival:
San Miguel o del Membrillo,
empezaba el veranillo;
     y con poco impedimento,
por pista desarbolada,
y un camino polvoriento,
casi no tardamos nada
en ir al aparcamiento.

     Tras hacer lo preceptivo
vino después lo festivo:
en Araceli dar cuenta
¡éramos casi cuarenta!
de un menú muy atractivo,
     y entre platos y botellas,
Antonio les hizo entrega
a aquellos, también a aquellas
—al final a todos llega—,
de las logradas estrellas.
     Y llegamos al final
de lo que fue la excursión,
que además fue la señal
de empezar con ilusión
un nuevo ciclo anual.

Paco Cantos  25/9/2019

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