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Mina de las Cortes y Senda Herreros

  La excursión tuvo su inicio
a tres días del solsticio
de invierno —no es nada extraño—,
un miércoles muy propicio
para terminar el año.
  La previsión auguraba
niebla, frío y ventarrón,
mas fue una equivocación,
ya que no nos anunciaba
darse térmica inversión.
  ¡Vaya un día más pachucho!,
seguro que llueve mucho.
—No sé si a los de Alcalá
esto nos convencerá,
quizá nos dé un arrechucho—.

  Mandó nuestro comandante
convocatoria oficial
justo en la Fonda Real,
que hoy es solo un restaurante,
mas nombre tan rimbombante
  fue debido a una memez,
pues con toda rapidez
se hizo famoso el recinto
porque el rey Felipe V
allí pernoctó una vez.

  Al salir, por consiguiente,
tomamos directamente
la ruta que por en medio
sin saltar, cruzando un puente,
atraviesa el Navalmedio,
  y ascendiendo por el río,
siguiendo la margen diestra,
nos entró un escalofrío
ante un nuevo desafío:
la cornamenta siniestra
  de una vaca en el camino.
Vito y Twiter dan ladridos,
y con instinto asesino
la siguen enloquecidos.
Cambio de tercio canino,
  y con una revolera
Mecha se mete en faena
con el astado en la arena.
¡Que le den una montera
a esa perra tan torera!
  Kiro se nos viene arriba
y la vaca que se agobia
se vuelve un poco agresiva,
¡Que le den la alternativa
en el coso de Segovia!
  Cambio de tercio y pitada,
pues la vaca mosqueada
a todos los gemesmeros
nos confundió con toreros
provocando la espantada.

  Tras un ascenso empinado
y una trepada cansina
por una senda anodina,
hubimos por fin llegado
a la boca de la mina,
  y aunque hay cosas más modernas
para no llevarse un fiasco
unos fueron con linternas,
y algunos hasta con casco
para explorar las cavernas.
  ¿Y dentro, qué es lo que había?:
una cueva muy vacía
murciélagos, unos cien,
y al fin de la galería
hubo un portal de Belén.

  Seguimos por la ladera,
atravesamos la vía
un poco más todavía,
y sacamos la tartera,
en una zona algo fría,
  y de la niebla hubo que
poner los culos a salvo
en tomando el tentempié,
aun siendo solo un café,
justo en el collado Albo.

  Por la cuerda remontamos
a la Pimpollada Negra,
el sol al fin contemplamos
y de la niebla escapamos
—lo que siempre nos alegra—,
  y al volver la vista atrás
vimos algo fascinante
la mejor vista, y quizás,
algo tan impresionante
que no olvidaré jamás,
  pues la térmica inversión
hace que según más subes
se despeja la visión
y abajo un gran mar de nubes
cubre toda la extensión.

  El volver no fue sencillo:
roquedales puñeteros
siguiendo la Senda Herreros
hacia el Hoyo Terradillo,
comienzo del río Pradillo;
  y si por estas pedrizas
la subida es muy cansada
más perversa es la bajada
por rocas resbaladizas
—un traspiés y te deslizas—.
  Seguimos el río Pradillo
hasta cruzar Camorritos
iba el río crecidillo
y no vimos puentecitos,
¡hay que saltar, señoritos,
  y el torrente no se aplaca!
Saltamos sin alharaca
y ninguno se mojó,
pero más de uno cayó
sobre una caca de vaca.
  Nos quedaba, por un prado,
pasar un breve collado,
sobrepasar sin remedio
la presa de Navalmedio,
y veríamos alcanzado
  nuestro destino final
por caminos principales,
dos kilómetros, total,
sin cuestas ni pedregales,
hasta la Fonda Real.

  A mí en nada me compete
poner nota a la excursión,
que el cronista la interprete
y dé su propia opinión,
en eso nadie se mete,
  pero me estoy preguntando:
¿pensando y considerando
qué bien nos fue la excursión,
será buena puntuación
la que le pondrá Fernando?

Paco Cantos  18/12/2019

Quinientos días juntos

  Se me antoja que fue ayer
cuando el GMSMA empezó,
pero una suma arrojó
que el grupo tiene en su haber
  ya quinientas excursiones;
cuatro mil trescientos días
no son fanfarronerías,
¡doy mis felicitaciones!
  Mas pensando que no hay quien
todas pudiera contar,
bien se podría intentar
contarlas de cien en cien:

  La cien tuvo la prudencia
de explorar el río Aulencia,
fue una animada excursión
sin dolores ni agujetas,
y se hicieron camisetas
como conmemoración.

  La doscientos, sin encantos,
se realizó entre dos santos:
San Pedro a San Agustín;
recorrido interminable,
y un calor inenarrable,
aunque terminó en festín.

  La trescientos fue rareza,
una difícil proeza;
una excursión mochilera
de ocho valientes cofrades,
allá por las Merindades:
subir el Castro Valnera.

  La cuatrocientos, festiva,
desde el Pontón de la Oliva
a Cueva del Reguerillo,
que no nos dejó perplejos
como los Enebralejos,
porque entrar no era sencillo.

  Por fin llegó la quinientos
que entre buenos sentimientos
y rodeados de pinos,
la preceptiva excursión,
la comida y el fiestón
se celebró en Peguerinos.

  Hubo, además, muchas otras excursiones
de las cuales solo algunas citaré
tantas hazañas y tantas emociones
son un recuerdo que nunca olvidaré:

  Nos causó bastante pena
esa historia del Pino de la Cadena.

  Sin duda lo más  morboso
fue visitar el Azud del Tenebroso.

  No se oyeron muchas quejas
al subir el Callejón de las Abejas.

  Por poco, de aquel recinto
nos quedamos sin salir, del Laberinto.

  Algo muy impresionante,
fue cruzar el Cuchillar del Asomante.

  Habría sido una imprudencia
torear en el redondel de Canencia.

  Singular y bien notorio,
descender las Cascadas del Purgatorio.

  Estuvimos muy atentos
al ver la Piedra Escrita de Cenicientos.

  La escalera chapucera
que permite el paso de la Cagalera.

  Repetiría la proeza
de visitar la fábrica de cerveza.

  Del Diablo tan listillo
vi su puente, carro, ventana y colmillo.

  Aquella lluvia mezquina
que nos cayó en las hoces de Pelegrina.

  El rayo que causó estrago
y susto del Picazuelo de Buitrago.

  Roca bastante curiosa
la del Dinosaurio de la Maliciosa.

  No tenía cognición
de que el tal Pacheco tuviera un Cojón.

  ¡Cuidado!, te descalabras
al escalar por la Ruta de las Cabras.

  Con tres mil euros te apañas
si a los Baños de Venus vas y te bañas.

  Un lugar espiritual,
Jarama y Monasterio de Bonaval.

  Ni bares ni botellón,
que es para andar la Ruta del Boquerón.

  Toda de nieve cubierta,
la silueta yerta de la Mujer Muerta.

  Cárcavas de Burujón,
que me gustaron más que las del Pontón.

  Nocturnas con luna llena,
con más invitados que en una verbena.

  A la Maliciosa Baja
en frío, ninguna excursión aventaja.

  Las chorreras del Hornillo,
los Litueros, San Mamés, ¡vaya fresquillo!

  Al Valle de los Caídos
nos colamos, pero fuimos sorprendidos.

  Que alguien me lo recuerde:
¡No parar en el Puerto de la Cruz verde!

  La aventura temerosa
de explorar el búnker de la Marañosa.

  Les pareció el más allá
pasearse por los cerros de Alcalá.

  Llegar al Balcón Prohibido,
la mayor transgresión que hemos cometido.

  Remar nos gustó un montón
en Buitrago, Picadas y el Duratón.

    Y hasta aquí resumiría
unas cuantas excursiones,
que aunque las hay a montones,
contar todas, no podría.

  ¿Cómo expresar la quinientos
hablando con precisión?
quingentésima excursión,
y así todos tan contentos,
  pero más nos gustaría
con aire bien juvenil
llegar a cumplir las mil:
la milésima sería.

Paco Cantos  4/12/2019

Épica excursión a la Maliciosa Baja

     No estaba el tiempo muy fino
la mañana de febrero
que con ocho bajo cero
amaneció en Mataelpino.
¿Cuál sería nuestro destino?
Cosa de poco esta vez:
Subida con placidez,
explanadas poco angostas,
regreso con rapidez
y un cocidito en las Postas.

     Pero al fin la exploración
distó de lo planeado
mucho más de lo esperado,
y desde aquella ocasión,
nuestra penosa excursión
de viento y de sabañones,
aunque por sus pretensiones
el título nos descuadre,
se llamaría «La madre
de todas las excursiones»

     Algunas vacilaciones
y empezamos la subida
con intención decidida
de alcanzar sin dilaciones
la cuerda de los Porrones.
Dos kilómetros apenas,
pasamos unas colmenas
con un cartel avisando:
«Hay abejas trabajando»,
¡si te pican, allá penas!

     Se nos vino un nubarrón,
se iba agravando el relieve,
surgieron copos de nieve
en haciendo la ascensión
al collado del Porrón,
donde el viento huracanado
te dejaba congelado;
temperatura aparente
equivalía a menos veinte,
frío jamás soportado.

     Nunca el grupo conoció
tales momentos agónicos,
pues todo se congeló:
cámaras, móviles clónicos,
aparatos electrónicos,
narices, dedos y orejas,
a algunos, ¡hasta las cejas!,
agua de las cantimploras,
cuellos de las cazadoras...,
pero no se oyeron quejas.

     Con este clima temible
progresamos por la sierra
al filo de lo imposible.
¡Vaya mañana más perra,
así cualquiera se arredra!,
¿llegaremos algún día
con estas vistas opacas
al collado de las Vacas?
Y aunque poco se veía
muy pronto se llegaría.

     Pero al dejar el collado,
casi sorprendentemente
el ventarrón mencionado,
en nevada, bellamente,
se convirtió de repente,
y descendiendo a destajo
hacia el sur y cuesta abajo,
poco tiempo nos quedaba
pa'l cocido que humeaba
ventilarnos sin trabajo.

     Que en las Postas, por febrero
como manda la costumbre
hay que comerse el puchero,
sopa y luego la legumbre,
sentado junto a la lumbre.
y como los convidados
éramos disciplinados,
buena cuenta del cocido
que nos hubieron servido
dimos de cuatro bocados.

     Mas cosa muy sorprendente,
a acompañar la comida
se obsequió como bebida
un botijo solamente
relleno con aguardiente,
y todo el mundo rió
cuando al «nuevo» se ofreció
la bebida camuflada;
con esto se le gastó
su primera la novatada.

     No conocí otra ocasión
ni siquiera en muchos años,
que alguien en su cumpleaños
acudiera en conjunción
a su primera excursión,
salvo el caso de Santiago,
el nuevo senderomago
que ese octavo de febrero
hizo su primer sendero.
¡Santiago, toma otro trago!

     Quince fuimos los valientes
de aquella marcha excelente;
quince y solamente quince
sin hacernos ni un esguince:
Nico, Carlos, Juan, Joaquín,
los dos Antonios, Santiago,
Manuel, Javier, Antolín,
José Luis, José María,
Paco, Miguel Ángel Laso
y un Servidor que escribía.

     Y es precepto establecido
al final de la partida,
calificar la salida:
Por todo lo acontecido,
cómo nos supo el cocido,
la tormenta, el ventarrón
y gestas extraordinarias,
fue la única ocasión
en que obtuvo una excursión
la nota de ¡seis sicarias!

Paco Cantos  8/2/2010

El cañón del río Dulce

  Han pasado ya dos años
de aquella excursión cansina
al pueblo de Pelegrina
en la que tanto llovió,
que en la hoz del río Dulce
aquel intenso aguacero,
como sopas —no exagero—,
nuestro cuerpo nos dejó.

  Esta vez sí que acertamos,
vimos los chopos dorados
contra el cielo recortados
entre un intenso verdor,
en un ambiente de otoño,
temperatura agradable
y lluvia poco probable;
un tiempo mucho mejor.

  Empezó nuestra andadura
cuesta abajo, rodeados
por los riscos elevados
que la erosión modeló,
y en la caseta de Félix
Paco unas explicaciones
dio, sobre las grabaciones
que «nuestro amigo» filmó.

  Al fin llegamos al punto
donde empezaba el jolgorio:
la cascada del Gollorio,
un paso que da pavor,
menos mal que no llovía
pues sería una faena,
que agarrado a la cadena
te cagaras de terror.

  ¿Y en la cascada que vimos?
la roca seca y desnuda,
pues la sequía es aguda,
¡vaya una desilusión!;
por consiguiente, tuvimos
que volver, ¡vaya faena!,
otra vez por la cadena
todo el grupo en procesión.

  Por la otra margen del río
avanzamos contemplando
como nos iba dejando
el otoño su esplendor,
ofreciendo a nuestro paso
con los árboles frutales
y numerosos nogales
sinfonía de color.

  Abandonamos el río
por camino de herradura
y al llegar a cierta altura
tomamos el tentempié,
mientras juntos admiramos
el arbolado amarillo
y allá en lo alto el castillo
que encaramado se ve.

  Proseguimos nuestra ruta
por el páramo con prisa,
que el horario lo precisa,
para llegar puntual
a la Cabrera, pasando
por terrenos descuidados,
atravesando sembrados
en un entorno rural.

  Cuatro habitantes detenta
el censo de la Cabrera,
pocos, pues se considera
despoblación general,
pero, por sorpresa, vimos
niños jugando, ¡qué extraño!,
pues aquí hay algún engaño:
una excursión colegial.

  Por el Camino del Cid
seguro el grupo camina
directo hacia Pelegrina,
sobrevuela algún rapaz,
entre tierras de cultivo
por el río, aguas arriba,
avanza la comitiva
aventurera  y audaz.

  Al pasar,  junto al camino,
¿qué es aquello tan curioso?
¡avispas, qué peligroso!
y yo sin el botiquín;
mas no pudo contenerse
algún otro compañero
de escarbar el avispero
y atacaron a Antolín.

  Al fin se vio Pelegrina
con su castillo en la cima;
vemos como se aproxima
ya la hora del yantar,
vayámonos apurando
que el horario es muy tardío,
el cocido estará frío
y habralo que calentar.

  Así empezó la comida:
los del cocido a la diestra,
el cabrito a la siniestra,
y el banquete comenzó;
el chivito quedó escaso
mas como sobró cocido,
como hermanos compartido
este se les ofreció.

  Por el día inolvidable
y amistades solidarias,
cuatro con cinco sicarias
el cronista puntuó,
lástima que las avispas
sean agresivas criaturas
porque por sus picaduras
las cinco no concedió.

Paco Cantos  30/10/2019

Curso de Orux

     Sucedió en Torrelodones
ClubTorre72;
allí recibiéronnos
para escuchar las lecciones
     del OruxMaps, que con gusto
nos dieron los anfitriones,
para que en las excursiones
evitemos algún susto.

     Abrió la presentación
Paco Nieto con esmero
junto a José Luis Molero
doctos en la aplicación,
     que empezaron a explicar
a abrir Orux lo primero,
todo sin poner dinero
ni por Google Play pasar.
     Más tarde nos dirigieron
a la configuración,
un carajal del copón
donde muchos se perdieron.
     Configurar los botones;
cargar al móvil los mapas
con los ajustes de capas;
un sinfín de explicaciones:

     «Para ver la posición
activad el GPS
que quizás os interese
saberla con precisión.»

     «Para grabar una ruta
hay que salir de excursión,
luego parar grabación,
así es como se ejecuta.»

     «Si acaso tienes problemas
o estás en algún engorro
el mensaje de socorro
te protegerá, ¡no temas!»

     Fueron temas abordados
los lugares compartidos,
los geocaches escondidos,
y waypoints localizados.
     Hay que cargar otro mapa,
ahora nos toca el de Andorra,
la peña que se amodorra
y el cerebro ya derrapa.
     Permitidme un comentario:
que lo de hacer Multitracking
es palabra como hacking,
no está en nuestro diccionario.

     Y a la hora del vermú,
a aquellas horas del día,
cuando la panza rugía,
¿hablar de  Tiramisú?,
     pues no es un postre de Italia,
sino un tema de Mapsforge
—eso me lo dijo Jorge— 
¡menuda parafernalia!
     Nos faltaban finalmente
los archivos de altitudes;
que el que tuviere inquietudes
los cargue posteriormente.

     Cuando la clase acabó
y sin cambiarnos de mesa
allí con cierta sorpresa
la comida se tomó,
     pues en ese club de «Torre»,
además de dar lecciones,
menú del día o raciones
siempre a tiempo te socorre.

     Sobre la categoría
de clases no hay precedencia,
pero por su competencia
cinco sicarias daría
     a los dos: Nieto y Molero,
por lo mucho que han currado,
y lo bien que han explicado,
¡para quitarse el sombrero!

Paco Cantos  17/10/2019

Subida al cerro de San Pedro

     Ordena la tradición
que terminando el estío
hagamos una ascensión
al San Pedro en procesión,
nuestro primer desafío,
     aunque la temperatura
a mediados de septiembre
suele ser una tortura,
y para tal aventura
mejor sería noviembre.
     Por más que parezca extraño,
ir a Islandia de excursión
nos demoró la ascensión
y subimos este año
con el cambio de estación,
     que mejor es remontar
de forma bien ventilada,
la cima sin la sudada
y así poder empezar
una nueva temporada.

     Empezamos la ascensión
con grande motivación,
por caminos empinados
de vegetal despoblados,
pero esto no fue razón
     de descorazonamiento,
pues la subida a la cumbre
es tan solo un elemento
del gran acontecimiento
convertido ya en costumbre.
     —La cima se va acercando
—dijo alguien con ignorancia—.
No era verdad, pues llegando
al Cerro de la Prestancia
vimos allá en la distancia,
     altivo y desafiante,
el de San Pedro, arrogante,
vigilando el horizonte.
«Después de un monte, otro monte…»,
que cantaba el caminante.
     Ninguno se desanima
y el alto ya se aproxima;
dos kilómetros apenas
de subidas por las buenas
desde el coche hasta la cima.

     Por fin llegamos arriba.
—¿Tomamos un tentempié?
—No hay nada que lo prohíba,
y una buena iniciativa
sería tomar café;
     y otra cosa habitual,
buscar el libro escondido
donde escribe cada cual
su firma, cómo le ha ido,
las subidas que ha cumplido:
     «José Luis aquí ha llegado…»
«Yo he subido varias veces…»
«En verano aquí pereces...»
«…más de doscientas he estado…»
—¿Doscientas? ¡gilipolleces!,
     mirad qué pone Pilar,
vecina de Colmenar,
¡mira que le pone ahínco!
¿quién la podrá superar?
¡tres mil setecientas cinco!
     —¿Subidas? ¡Jolín, qué tía!
—Es que sube cada día.
Yo encontré en el libro aquel
solo un trozo de papel
donde escribir la poesía:

     «Existe una tradición
ante la cual no me arredro:
después de la vacación,
nuestra primera excursión
es al cerro de San Pedro,
     y siento satisfacción,
dicha, deleite y halago,
de comenzar la estación
en compañía y unión
de tanto senderomago».

     Junto a lo que escribí yo,
cada cual aprovechó
para colocar su firma,
lo cual constata y confirma
que hasta el San Pedro subió.
     Y tras el ceremonial,
la bajada comenzó;
Antonio nos dirigió
de una forma magistral
 por zona meridional,
     alargando la excursión
para que aquella tuviera
diez kilómetros siquiera,
que es la reglamentación;
si no, no se considera;
     y, además, no fue sencillo
pasar de un tiempo otoñal
otra vez al estival:
San Miguel o del Membrillo,
empezaba el veranillo;
     y con poco impedimento,
por pista desarbolada,
y un camino polvoriento,
casi no tardamos nada
en ir al aparcamiento.

     Tras hacer lo preceptivo
vino después lo festivo:
en Araceli dar cuenta
¡éramos casi cuarenta!
de un menú muy atractivo,
     y entre platos y botellas,
Antonio les hizo entrega
a aquellos, también a aquellas
—al final a todos llega—,
de las logradas estrellas.
     Y llegamos al final
de lo que fue la excursión,
que además fue la señal
de empezar con ilusión
un nuevo ciclo anual.

Paco Cantos  25/9/2019

Ruta de las Cabras

  En el pueblo del Boalo,
a fines del mes de mayo,
con un calor del carallo,
nos reunimos con euforia.
La ermita de San Isidro
fue el lugar de nuestro encuentro,
por tanto, fue el epicentro
donde comenzó la historia:

  Por la Ruta de las Cabras
se inició la acometida;
una escabrosa subida
de piedra y mucha pendiente,
que, en el trecho de una milla,
por la vertiente sureña,
subes del coche a la peña
de una forma sorprendente.
  Pero ¿cómo —me pregunto—
los perros escalarían?
¿cómo se las compondrían
sin un curso de escalada?
Para evitar el problema
los canes acompañados,
por senda sin escarpados,
subieron por la vaguada.
  Llegó lo más esperado:
el paso de las clavijas,
barras en la roca, fijas,
que nos ayudan bastante
a superar la escalada
de paredes verticales,
como escalones normales,
sin sensación angustiante.
  El Ángelus nos pilló;
allí mismo nos paramos
y el tentempié degustamos
rápido y sin distracciones,
y con firme pretensión
de hallar al grupo canino
nos llegamos al vecino
Collado de Valdehalcones
  Unos minutos después,
en ese collado hallamos
a los perros con sus amos,
y apenas nada más verlo
una cruz nos sorprendió;
Joaquín contó la leyenda
brutal, perversa y tremenda
de un pastor llamado Mierlo.
  E hicimos las despedidas;
los fugaces hacia abajo,
a los coches por atajo,
bajaron sin sofocones,
y los demás que quedamos
¿teníamos alternativa?,
pues a seguir cuesta arriba
la Cuerda de los Porrones.

  En esa cuerda los nombres
aprenderse es un engorro
Porrón, Porras, todo «porro»,
que alguno se fumaría,
y uno que es bien diferente:
Cancho Mágico, que viene
del nombre que el grupo tiene,
Grupo Mágico —decía—.
  Llegados, pues, a este cancho
que al GMSMA pertenece,
la placa que se envejece
Julián nos la retocó,
mientras mil fotos tomamos
de todas las perspectivas
con poses muy atractivas
como si fuera un plató.
  Ya solo quedaba ¿solo?
bajar al aparcamiento,
que sería un sufrimiento,
de la manera siguiente:
bajadas, piedras, bajadas
cuádriceps agarrotados
en fin, todos agotados
y una pista finalmente.

  Y como en la aldea de Asterix,
al terminar la aventura
los guerreros con bravura
se reúnen con su gente,
aunque no fuéramos galos
nos tomamos las cervezas
y cantamos las grandezas
pasadas recientemente.

Paco Cantos  31/5/2019

De Cotos al puente de la Angostura

      Amaneció la mañana
con niebla y frío de invierno;
nuestro encuentro fue fraterno
en esta zona serrana,
      con el grupo bien mermado
por los que fueron a Islandia,
aunque quizá Disneylandia
menos les habría cansado.

      Empezamos la excursión
con un poco de demora,
casi fue una media hora
y tuvo una explicación:
      Entre atascos y accidentes,
la nueva senderomaga
¡que no viene y se rezaga!
teniéndonos impacientes;
      y es que es de mala presencia
que en tu primera excursión
demores al pelotón;
lo digo por experiencia.

      Al comenzar la andadura
con tanto espacio sombrío,
no sabíamos si el frío
sería nuestra tortura,
      mas la mañana invernal
tras empezar a bajar
se habría de transformar
en una tarde estival.
      De Cotos a la Angostura
con solo seguir el río
un difícil extravío
supondría esta aventura
      de bajada sin dilemas,
siguiendo la margen diestra
y subir por la siniestra
sin asomo de problemas.

      Nada más salir del puerto
llegamos al Pingarrón,
un refugio de excepción,
aunque no estuviera abierto,
      y enseguida una gran poza,
primera de un gran rosario,
un extenso balneario
en que la gente retoza
      desde el Cotos al Paular
pasando por la estrechura
bien llamada la Angostura
¡un SPA bien singular!

      Conseguimos sin esfuerzo
llegar al punto más bajo,
¡no nos costó ni trabajo!,
y comimos el almuerzo
      en poza muy conocida,
mas Paco Nieto faltó
y ninguno se atrevió
a hacer una zambullida.
      Cruzamos por fin el puente
para dejar esa orilla
y emprender —cosa sencilla,
la vuelta por la de enfrente,
      pero pronto reparamos
en el pérfido perfil:
de una forma muy sutil
bajamos y más bajamos
      para luego concluir
de una forma puñetera,
y al final de la carrera
no dejar ya de subir,
      y el grupo se fue estirando
a medida que subía
porque alguno ya sufría
mientras se iba rezagando,
      mas la peña, solidaria,
tuvo mucho miramiento
haciendo a cada momento
y de forma voluntaria
      la «parada del cabrón»
que consiste en esperar
para volver a arrancar
en cuanto llega el tardón.

      Sin apenas desconcierto
nos vimos en la Pradera,
una zona dominguera
que está muy cerca del puerto,
      y llegados al destino
nos despedimos, mas antes,
unas birras refrescantes
en la Venta Marcelino.

Paco Cantos  11/9/2019

Piraguas en Buitrago

      Noticias muy preocupantes:
Mostraba el mapa del tiempo
zonas en rojo alarmantes,
calores achicharrantes
llegarían sin contratiempo;
      y la marcha de ese día
no sería un tramo llano,
sino de mucho secano,
aunque al fin terminaría
por el borde de un pantano;
      y como el frescor del agua
combate bien los calores,
no habría opciones mejores
que guiar una piragua
a babores y estribores.

      En Buitrago dio su inicio
la ruta que, sin perjuicio
del calor, fue necesaria,
y haciendo gran ejercicio
por una vía pecuaria,
      hasta el mismo portachuelo
que conduce al Picazuelo,
que en esta gran depresión
es un aislado oteruelo
que domina la extensión.
      Mirara donde mirara,
al sur hasta La Cabrera,
al norte La Cebollera;
la cumbre de Peñalara
al oeste y bien cimera.

      Pero dejando las vistas
llegó a las doce previstas
puntual el tentempié;
tomamos un canapé
para seguir optimistas
      entre zarzas y ganado
por alambradas complejas
pasando por unas rejas,
hasta llegar al buscado
embalse de Puentes Viejas,
      cuya orilla marcaría
una vereda ondulante
que siguiendo llegaría
al punto en que iniciaría
nuestra aventura flotante.

      El momento llegó, pues,
de subir a la piragua
provistos con el arnés,
sin enredos ni traspiés
para no caer al agua.
      Remamos aguas arriba
como avezados piratas
quizá de forma excesiva
buscando la perspectiva
de unas fotos inmediatas.
     
     «Imnumerables veces visité
Buitrago, sus almenas y atalayas,
mas esta la ocasión primera fue
en que vi desde el río sus murallas.»

      Y vencida la regata,
en el mismo embarcadero
con un baño placentero,
¡Vaya, pues que malapata!
se terminó el día playero.
      El que más lo disfrutó,
Kiro montado en su barca,
mientras Tufi se quedó
atado, solo y sin charca,
hasta que esto concluyó.

      Acabose la excursión
como siempre finaliza,
refrescando los gaznates
con lo que nos neutraliza
el fragor de los combates;
      fue por tanto una jornada
insólita y peculiar:
primero canicular,
después un poco mojada;
lo cual me da que pensar
      que es un poco surrealista
que porque un excursionista
haga una ruta en Buitrago,
cambie de senderomago
a senderopiragüista.

Paco Cantos  26/6/2019

La cueva de los Enebralejos

     En Prádena se supo
que a pasear vendría todo el grupo,
     que todo era una excusa
para comer de forma bien profusa,
     y para no cansarnos
y llegar al final sin agotarnos,
     de forma inteligente
la cueva se exploró cómodamente
     por ruta que ese día
dos etapas distintas contaría:
     una etapa primera
con sabinares, cueva y solanera
     y una segunda parte
con comida, mesón y obras de arte.

     A las diez de la mañana
en la puerta de la gruta
comenzamos esta ruta
por la estepa castellana;
     una excursión muy campestre
sin cuestas, rampas ni montes
sin pedrizas ni desmontes,
la más corta del trimestre;
     excursión de compromiso
por caminos vecinales
rasgones por los zarzales
y parcelas sin permiso;
     y una aldea abandonada,
Matandrino, consecuencia
y manifiesta evidencia
de esa España vaciada.
     Diez kilómetros después
volvimos al mismo punto.
¡A marchas así me apunto,
no hubo dolores de pies!,
     y en la puerta de la cueva
a las doce más o menos
unos bizcochos rellenos
del Ángelus dieron prueba.
      —Quien conozca las pinturas
de Marcos Cid, a este lado
los que no, ¡tened cuidado!,
a las cavernas oscuras.
     Los que dimos «sí», rotundos,
nos quedamos taciturnos
pues al pasarse por turnos
nos tocó ser los segundos.
     Cuando nos tocó la entrada
¡nadie lo hubiera intuido!,
en lugar tan escondido
tal belleza conservada:
     coladas, laminadores,
estalactitas, gateras
estalagmitas, banderas,
y hasta huesos de señores
     que obtuvieron los halagos
de todos los visitantes,
antes como caminantes,
ahora como espeleomagos.

     Tomamos los coches, pues,
para marcharnos fugaces
yendo como kamikazes
kilómetros, veintitrés,
     y nos trasladamos al
Palacio del Esquileo
donde el preciado papeo
esperaba puntual.
     Pero antes de comenzar…
¿qué fue del grupo pionero
que se adelantó primero
a la cueva visitar?
     Aquellos que anteriormente
no habían tenido ocasión
de visitar la mansión,
ni sus cuadros —obviamente—,
     recorriendo el interior
admiraron las pinturas
de Marcos con sus texturas
y su ambiente encantador.
     Y ahora todos en las mesas
empezamos a comer
lo que fuera menester
sin agobios ni sorpresas:
     Salmorejo de primero
o una sopa castellana;
estoy entre segoviana
y cordobesa, ¿qué espero?
     ¿Decidir entre un salmón
o entre una carrillera?;
la segunda o la primera
es difícil decisión.
     Tratándose de alimentos
cada uno se comió
lo que más le pareció
y, así pues, todos contentos.

     Y antes de decir adiós
con amigable ademán
la fugaz foto de clan
se tomó a los treinta y dos,
     y una figura gigante
con la que inmortalizarnos
hizo fotografiarnos:
la estatua del elefante.

Paco Cantos  10/7/2019