Buscar este blog

La atalaya del Vellón

     Aun siendo La Inmaculada
el GMSMA no se para.
Ni aunque lloviera o nevara,
ni aunque cayera una helada,
la excursión se anularía.
No se admite una excepción,
si es miércoles, excursión,
lo demás es tontería.

     Antonio me encomendó
conducir la expedición
que comenzó y terminó
en el pueblo del Vellón.
Fuimos pocos este día,
once, pero muy osados
al estar amenazados
por la meteorología
y un puente que mermaría
el número de apuntados.

     Esta excursión circular,
por la forma de su ruta
—que nadie me lo discuta—,
fue más bien cuadrangular.
En nuestra etapa primera
nos movimos por caminos
entre vacas y gorrinos
mirando hacia La Cabrera.
Luego un cambio se produjo,
al encontrar un regajo
hacia el este y cuesta abajo,
cuyo cauce nos condujo
por una senda encantada
de vegetación frondosa,
exuberante y preciosa,
totalmente rodeada
por unos grandes terrones
de paredes pedregosas
y formas vertiginosas
llamados Los Quebraones. 

     Un error de navegante
hizo que yo les guiara
—¡qué cosa más humillante!—
por la senda equivocada
hacia un alto dominante.
Mas el refrán dice que
«No hay mal que por bien no venga».
—Las doce en punto —avisé—
¡A tomar el tentempié,
cada uno lo que tenga!
Retomamos al final
la senda correctamente,
llegando seguidamente
a una pista del Canal,
y por ella recorrimos
sin correr a todo gas
cuatro kilómetros más
hasta que por fin la vimos. 

     —¡Vaya, vaya,
si ya se ve la atalaya! 

     Ya se ve, pero allí arriba
a mil metros más o menos
la torre de sarracenos.
La subida fue intensiva
y era hora de comer;
—¡Entonces, comamos, pues!
Pero un viento de través
que no nos dejaba ver
apareció de repente,
preguntándonos, no obstante,
si lo más inteligente
era seguir adelante,
porque comerse el bocata
en el pueblo del Vellón,
es mejor proposición
que bajo la lluvia ingrata.
Así pues, al pueblo fuimos
que ya cerca se veía
y tal como yo os decía,
los bocatas nos comimos,
aunque de forma tardía. 

     Y ahora el tema literario.
Hice una pregunta irónica:
—¿Quién escribirá la crónica,
quién se ofrece voluntario,
hay alguno que querría?
Un absoluto mutismo.
—Pues la escribiré yo mismo
y además lo haré en poesía.
Cronista, poeta y guía,
¿afán de protagonismo?
ser todo en el mismo día,
y además me toca a mí
calificar la excursión,
pues os diré mi opinión
tal y como prometí:
Tras pensarlo con ahínco 
y sin querer hacer tongo,
a esta marcha yo le pongo
sicarias, tres coma cinco.

Paco Cantos  8/12/2021

Descendiendo el Yelmo ayuso

     «Se convoca una excursión
al Yelmo de la Pedriza,
quien suscribe garantiza
aventura y diversión».
¿Quién pudiera resistirse
ante tal convocatoria?,
si esto llegara a cumplirse,
la excursión haría historia.

     En el Tranco comenzamos
con aforo suficiente,
esta vez no nos juntamos
ni poca ni mucha gente.
La mañana era estupenda
y empezamos las primeras
subidas por una senda,
Senda de las Carboneras.
A mitad de la ascensión
nos paramos un momento
para hacer reagrupamiento
en un inmenso balcón
que al pasar la Gran Cañada,
para admirar Manzanares,
su castillo y sus lugares,
siempre es parada obligada.
Proseguimos la subida
donde el camino se inclina
hasta llegar enseguida
al Collado de la Encina,
una pequeña meseta,
donde ya la perspectiva
nos anunciaba la meta,
y un poco más para arriba
llegamos a la pradera
del Yelmo, ¡qué impresionante,
a cualquiera pareciera
estar ante un gran gigante!
Ante ese gran paredón
tan grande como un castillo
antes de hacer la ascensión
tomamos un bocadillo.
Dos compañeros dijeron:
«Paco, no nos amenaces»
y hacia el Tranco se volvieron
cual dos estrellas fugaces.

     Y ahora viene lo mejor
y lo más impresionante
aunque sea lo peor
para todo principiante;
ante tal incertidumbre
es costumbre necesaria
al ascender a la cumbre
elevar esta plegaria:

     «Encomiéndome a San Telmo
porque si no, retrocedo,
para coronar el Yelmo
por el Corredor del Miedo»

     Cualquier montañero sueña
con contemplar la Pedriza
en lo alto de esta peña
que más la caracteriza.
Yo recomiendo una dieta
para subir esta vez:
más frutas, menos panceta
y un poco de delgadez,
porque si alguno se agobia
es mejor poca cintura
que padecer claustrofobia
en esta estrecha hendidura,
pero mereció la pena
pasar por esta angostura.
Si subiste, ¡enhorabuena!,
si no, ¡que gran amargura!

     Y después de la bajada
fue una sorpresa muy grata
dónde hicimos la parada
para comer el bocata,
porque no hay mejor placer
que el de sentarse a la orilla
de la hermosa Lagunilla
a la hora de comer.

     Tras este descanso extenso
solo nos faltó la siesta
e iniciamos el descenso
sin que mediara protesta.
Bajando unas veredillas
por esta zona montana
recordé las serranillas
del Marqués de Santillana,
que andando por estos lares
dedicó con mucha gana
a Menga de Mançanares,
una rolliza serrana:

     «Desçendiendo'l yelmo á yusso
contra'l Bóvalo tirando
en esse valle de susso
ví serrana estar cantando»

     Para evocar al marqués
en busca de la mozuela,
aunque seis siglos después
seguimos su cantinela:
Yelmo abajo descendimos
hacia El Boalo tirando,
pero serranas no vimos
ni cantando ni bailando,
que hoy serranas no se ven
por la Pedriza cantando
sino que se ven, más bien,
montañeras caminando.
Me imagino yo al marqués
por estas sendas tan duras
como una cabra montés
buscando sus aventuras;
¡vaya colosal paliza,
disponiendo de un castillo
subir hasta la Pedriza
con tal de echar un polvillo!

     Dos kilómetros abajo
arribamos al destino,
y aun siendo el mismo camino,
bajar dio menos trabajo,
pero nos dio mucha sed,
ganas de beber muy fuerte;
¿habría un bar?, pues sabed
que sí, que tuvimos suerte,
y en el bar nos esperaban
las dos estrellas fugaces,
donde tomamos, voraces,
las cervezas que aguardaban.

     Jorge ofició de cronista
y como le entusiasmó
la estrechura masoquista,
cinco sicarias le dio
a esta excursión pedricera,
a la cual yo digo adiós,
y cuya serie numera
quinientos sesenta y dos.

Paco Cantos  26/5/2021

Granizos en Colgadizos

     Comenzó en Somosierra, que es un puerto
donde Madrid se junta con Segovia,
una excursión por monte tan abierto
que nos podría dar agorafobia.

     A la cita matinal
segovianos acudieron
del lado septentrional,
y madrileños lo hicieron
del lado meridional.
Subimos, para empezar,
una loma que se eleva
con subida regular,
llamada Majada Nueva.
Tuvo en tiempos su esplendor,
aquí una famosa escuela,
la de vuelo sin motor,
donde el suelo se nivela
para aterrizar mejor;
pasamos sin trascendencia
por los antiguos hangares;
fuimos a la residencia,
unas casas singulares
que hoy son todo decadencia,
construcciones de granito
que nosotros exploramos
mientras fotografiamos
nuestro rincón favorito.

     Seguimos subiendo, ufanos,
hasta la Peña del Muerto,
los primeros altozanos
de los Montes Carpetanos,
a media legua del Puerto,
y más alto sobre un claro
vimos algo más bien raro.
¿Era un platillo volante
o era una seta gigante?
No, pues era un radiofaro
que permite a los aviones
conocer su situación
y hacer la navegación
más fácil, si me lo pones.

     En Peña Zorrillo fue
el lugar donde sonó
la hora del tentempié,
y paramos ¡cómo no!
a reponernos con ello,
pues vino a continuación
el último subidón,
lo que provocó el resuello
de estos pobres andariegos;
subida discrecional
por pista o por cortafuegos,
¿cuál escogió cada cual?
la que quiso, pues dio igual.

     ¡Ay, destino traicionero!,
muy cerca ya del instante
del punto más culminante,
subiendo por el sendero,
nos sorprendió el aguacero.
¿Y sabéis lo que ocurrió?
San Pedro nos vaciló,
y al llegar a Colgadizos
las aguas cambió en granizos
y así la rima cuadró,
mas por culpa de la rima
no paramos ni un instante
en lo alto de la cima,
prosiguiendo hacia adelante
con todo el granizo encima.

      Volvimos, pues, cuanto antes,
por unas pistas bajantes,
protegidos por paraguas,
porque volvieron las aguas,
con nubes amenazantes.
El santo, como es sabido,
es un poquito guasón,
y después de lo caído
esta fue su reflexión:
«A mi cerro, muy leales,
ascendieron puntuales
en ferviente procesión;
se merecen los chavales
que se pare el chaparrón».
Y a partir de aquel momento,
como si fuera un hechizo,
no nos molestó el granizo
ni el aguacero ni el viento.

     La bajada fue empinada,
nadie se quejó de nada
ni se escucharon reniegos
por aquellos cortafuegos
de pendiente endemoniada,
porque ya se vislumbraba,
animándose la gente,
que no lejos y allí enfrente
el puerto nos esperaba.
Mas como broma pesada
nos quedaba una hondonada,
aunque para ser muy franco
la hondonada, más que nada,
era un profundo barranco.
La pendiente del ribazo
y la gran vegetación
produjo algún arañazo,
pero ningún batacazo
ni tampoco remojón,
cosa que los senderistas
afrontamos con valor,
disfrutando con humor
aventuras imprevistas.

     El final era inminente;
aun con el cielo cubierto
iba contenta la gente,
pues quedaba para el puerto
media legua solamente;
y así, sin más miramientos
en el puerto, finalmente,
nos despedimos contentos
hasta el miércoles siguiente.

Paco Cantos  21/4/2021

Canto Hastial

     Después de una larga espera
por fin llegó el equinoccio,
y, por tanto, la primera
excursión de primavera.
Esta jornada de ocio
tuvo su punto inicial
en el polideportivo
de allí, de Moralzarzal,
en un ambiente festivo,
como es lo habitual.

     La primera encrucijada
fue una espinosa alambrada
que de una forma elegante
saltamos, como si nada,
para seguir adelante
por ladera nada llana,
sino más bien inhumana,
entre jaral y pinar,
mucha piedra irregular
camino de la Solana,
una pedregosa loma
que entre las demás asoma;
ese fue el lugar en el que
tomamos un tentempié;
fue nuestra primera toma.

     Proseguimos la excursión
contentos y bien nutridos,
íbamos tan distraídos
cuando así, de sopetón,
oímos los estampidos:
—¿Qué son esas explosiones
que hacen la tierra temblar?
—No son alucinaciones,
son disparos de cañones
en el campo militar.
Mas no hay nada que prohíba
que ellos jueguen a la guerra,
ni a nosotros ir p'arriba,
pues en nuestra perspectiva
de este lado de la sierra
en lo alto se veía
la que sería ese día
nuestra cumbre principal:
la cima de Canto Hastial
en creciente cercanía.
Y en esta mole de roca
que a Pedriza rememora,
tras la fatiga —no poca—,
paramos un cuarto de hora,
y corazón en la boca
contemplamos una cosa
que a todos nos tuvo en vilo:
la pelea no amistosa,
que de manera rabiosa
tuvieron Twiter y Tilo
luchando por la bebida
como si fuera su vida,
pero más nos asustamos
cuando vimos en sus amos
la cara despavorida;
no hubo sangre y, finalmente,
todo quedó en una riña,
y seguimos nuevamente
andando por la campiña
muy desenfadadamente.

     Nuestra etapa posterior
llevaría al mirador
de Peña Liendres, balcón
de excepcional situación
para un buen observador,
donde el bocata tomamos
a la vez que contemplamos
vistas muy emocionantes
de las zonas circundantes;
y tras eso, nos marchamos
con las piernas muy ligeras,
bajando ya de regreso,
y tras unas torrenteras
prosiguió nuestro progreso.
por la senda de Piqueras.
Por fin ya se vislumbraba
una zona urbanizada,
poco a poco se acercaba
la meta tan esperada,
la excursión se terminaba.

     —Pues te has orientado mal,
eso no es Moralzarzal,
sino Collado Villalba,
aún no has llegado al final,
y de andar nadie te salva,
todavía marcharás
cinco kilómetros más.
Algunos ya no podían
seguir al grupo detrás,
y en taxi recorrerían,
hasta el polideportivo,
el recorrido final.
El resto del colectivo
llegamos sin excesivo
deterioro personal.

Paco Cantos  24/3/2021

Arrebatacapas

     Al pueblo de Redueña
fuimos a caminar, toda la peña,
con mucha discrección
para no llamar mucho la atención
ni molestar el sueño
de este pequeño pueblo madrileño.

     Para precalentarnos
y que no pudiéramos enfriarnos,
comenzó la excursión
con subida de gran inclinación,
siguiendo por el cerro,
todos los caminantes más el perro,
cuyo punto cimero
lo marcó el vértice del Chifladero.
Seguimos todo llano
caminando por aquel altozano
hasta que la almenara
del Canal Alto nos interceptara,
lo cual obligaría
a descender por una tubería.

     Mas hubo una sorpresa:
tomar el tentempié sentado en mesa
del área recreativa
—y la sorpresa fue superlativa,
para seguidamente
visitar la ermita de San Vicente.

     Desde Valgallego,
continuamos sin desasosiego,
todos excepto uno,
que tuvo que irse tras el desayuno;
y otra vez a subir
hay que ver cuánto nos gusta sufrir—,
por la cuesta canalla
que nos llevó, ¡por fin!, a la atalaya,
la torre centenaria,
elevada, graciosa y solitaria
donde fueron tomadas,
para ser por todos bien recordadas,
las fotos oficiales,
ya sea en grupo, ya sea individuales.

     Seguimos hacia el este
procurando la zona más agreste,
cruzamos carretera
siguiendo por una senda ligera
hasta que remontamos
o más bien, yo diría que escalamos,
a lo alto del cerro
de Arrebatacapas que, si no yerro,
da nombre a la atalaya
haciéndola, por tanto, su tocaya.

     Con jaras y tomillos,
nos comimos allí los bocadillos;
cambiando de sentido,
y hacia el oeste el paso decidido,
por senda paralela
volvimos persiguiendo nuestra estela,
mas, ¿qué nos esperaba?,
una colmena cerca se encontraba
y a toda la compaña
las abejas atacaron con saña
causando sus estragos
entre algunos de los senderomagos.

     Bajamos un ramal
junto a la depuradora del Canal,
bajamos nuevamente
por un tubo de sifón descendente,
y ya se distinguía
nuestro destino, allí en la lejanía;
quedaba finalmente
un camino bien recto y ascendente
de apenas media legua
que nos hicimos de golpe y sin tregua.

     Y os dejo un ejercicio,
adivinar cuál es el gentilicio
del pueblo de Redueña.
La solución es: cigüeño y cigüeña.

Paco Cantos  14/4/2021

Annus horribilis

     Nadie en aquellos momentos
barruntó nuestros destinos
celebrando en Peguerinos
la nuestra excursión quinientos.
Brindábamos felizmente
para tener un buen año
sin saber acaso el daño
que amenazaba inminente.

     Dos mil veinte y comenzamos
las primeras excursiones:
la Cabrera y sus rincones
Navaverrada por tramos,
Bola del Mundo con nieve,
Pedriza sin empedrar,
la Sierra del Quintanar
y, lejos ya el diecinueve,
fuimos a Cueva Valiente
mientras todos comentaban
como los días pasaban
con un virus subyacente.

     —Dice la tele que en China
los hospitales se llenan.
—Es que los chinos se cenan
cualquier cosa que camina.

     Con los colegios cerrados,
poblaciones confinadas,
mascarillas agotadas
y hospitales colapsados,
el GMSMA, ¡cómo no!
canceló sus excursiones,
y hasta nuevas ocasiones
todo el mundo se quedó
sin trotar piedra ni monte.
Tres meses se hicieron largos;
con encierros muy amargos
y semejante horizonte
solo quedaba esperar
que bajara la infección
de este virus tan matón
para volver a trotar,
pues si en otras profesiones
se impulsó el teletrabajo
no pudo el Grupo —¡carajo!—
realizar tele-excursiones.

     Sin abrazos efusivos,
sin darse choques de mano,
—que, aunque parezca inhumano,
son motivos preventivos—,
poco a poco y con cautela,
mascarilla y sin toser,
y a la hora de comer
cada uno en su parcela,
volvieron las excursiones:
La que fuera un desengaño,
Cabaña del Ermitaño
destruida, ¡qué bribones!
Los tejos del Barondillo
con una nueva emoción,
ser filmados por un drón
comiéndose el bocadillo.
San Pedro con luz de día,
San Pedro con luna llena,
no compartiendo la cena
ni ninguna chuchería.

     Vino la segunda ola,
nos pilló ¡¿desprevenidos?!
estábamos sorprendidos
y esto, pues, ¿quién lo controla?
Dicen que no hay dos sin tres
y se acerca la tercera;
pues igual que en la primera
yo no salgo, ¡ya lo ves!,
en casita confinado
y esperando la vacuna,
solución, sin duda alguna,
a este virus tan malvado.

     Año desafortunado,
año horrendo y espantoso,
amargo e ignominioso,
que solo nos ha dejado
disgustos a tutiplén
que no deseo a ninguno.

¡Bienvenido veintiuno!
dos mil veinte, ¡que te den!

Paco Cantos  1/1/2021