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La cueva de Cueva Valiente

     Mis primeras excursiones
al puerto de los Leones,
recuerdos de adolescente;
Cabeza Líjar pasada,
alcanzó nuestra mirada
también a Cueva Valiente.

     Desde aquella expedición
rebosante de ilusión,
la sierra completamente
he visitado con creces;
desde entonces muchas veces
visité Cueva Valiente.

     Pero por varias razones
tras cuantiosas excursiones
y ascensos —curiosamente—,
nunca visité la cueva
cuya presencia da prueba,
del nombre Cueva Valiente.

     En San Rafael quedamos,
desde donde comenzamos
por la pista alegremente,
llamada del Ingeniero,
a finales de febrero,
subiendo a Cueva Valiente.

     Nunca es demasiado tarde
para hacer lo que te aguarde,
y así, merecidamente,
con la emoción que conlleva,
por fin visité la cueva
que existe en Cueva Valiente.

     Todos, pues, muy animados
entre pinos escarchados
por el hielo reluciente,
el paisaje contemplando
y haciéndonos fotos, cuando
vislumbré Cueva Valiente.

     Con hambre de cancerbero,
el bocata montañero
nos comimos ferozmente
siguiendo ya la costumbre,
en lo alto de la cumbre,
cumbre de Cueva Valiente.

     Finalizamos bajando,
al principio resbalando
y luego más suavemente;
no me cansé demasiado
ni se me hizo muy pesado
bajar de Cueva Valiente.

     Dime tú si me acompañas 
por las cuevas y montañas
a trotar valientemente
cuando el GMSMA nos lleva
primero a entrar en la cueva,
después a Cueva Valiente.

Paco Cantos  26/2/2020

La Pedriza sin piedras

Antonio nos convocó: «Excursión quinientos ocho»; ¿mentiría como Pinocho por lo que nos anunció? «... iremos a La Pedriza», —mal empieza la jugada, pues La Pedriza es cansada, sinónimo de paliza—, pero pronto lo arregló: «... no habrá piedras en la ruta, esta vez, sí se disfruta», porque otras veces cansó tanta piedra y tanta roca entre duelos y quebrantos, dirigiendo Paco Cantos, y gente, fue más bien poca. Cuando la convocatoria los gemesmeros leyeron muchos, pues, se lo creyeron; y pletóricos de euforia, vinieron ¡más de cuarenta! Con tantas facilidades… sin grandes dificultades… toda la tropa contenta. Comenzó así la excursión, sin pisar ningún guijarro; yo ya iba viendo el cotarro, pues en esa dirección subiríamos por las zetas, al punto más culminante de forma zigzagueante sin apenas agujetas; y al llegar a ese collado, collado de los Pastores, empezaron los temores —ya lo había imaginado—, pues numerosas pedreras encontraron nuestros pies al dirigirnos después al cerro de las Barreras, un roquedal puñetero que domina la cascada que forma el agua en bajada de lo alto el Ventisquero. Diferentes asistentes, sufrieron castigo eterno como Dante en el infierno, llantos y crujir de dientes, —¡Qué congojas, que agonías, vaya colosal paliza! —¡Estamos en La Pedriza!, ¿es que no lo suponías? Nos quedaba todavía llegar al cerro Ortigoso por terreno pedregoso, que así es esta orografía: áspera, dura y rocosa, mas poco tiempo después la notamos a los pies blanda, suave y esponjosa, cada vez más empinada, bajando hasta el Manzanares entre poblados pinares, por cuesta tan inclinada y descenso en demasía, que a la mañana siguiente me dolían, por la pendiente, los cuádriceps todavía. Pasamos La Charca Verde un sitio que fuera antaño una gran zona de baño, y gratis —que yo recuerde—, pero ahora los forestales con tres mil euros apañan a los bobos que se bañan en las charcas ilegales. Desde aquí, sin sufrimiento; con solo seguir el río llegaríamos, sin hastío, muy pronto al aparcamiento, y en lugar de por la pista volvimos por una senda que el GMSMA recomienda, ¡mucho más excursionista! La próxima de Pedriza no será descafeinada, ni será despedrizada, ni tampoco una paliza, al contrario, yo aventuro que divertida será, y la Pedriza tendrá todas sus piedras, ¡seguro!

Paco Cantos  12/2/2020

¡Contemplad todo Segovia!

  A El Dorado en Segovia, con ahínco,
nosotros acudimos veinticinco,
y esa jornada fue tan memorable
que os la voy a contar —es indudable—,
en versos reunidos de cinco en cinco:

Segovia, a seis de febrero
junto al ruedo del albero
los que somos de Alcalá
hemos llegado primero,
el resto ya llegará.
Tras bienvenida oficial
y el grupo bien retratado
—foto pa’El Adelantado—,
a San Antonio el Real,
primer lugar visitado,
fuimos todos en hilera,
y no tuvo gran misterio
tras una marcha ligera
—cinco minutos siquiera—
llegar a tal monasterio.
Su sala capitular,
su claustro y su artesonado
de forma rectangular;
allí se puede encontrar
patrimonio inesperado;
pueblan paredes y techos
armas, escudos y estrellas
y multitud de pertrechos,
Niños-Jesús contrahechos,
en las vitrinas aquellas.
Y de todas las clarisas
que este lugar ocuparon,
y en su capilla rezaron
sus oraciones sin prisas,
hoy tan solo tres quedaron.

Al salir del monasterio,
la hora del tentempié,
que consistió en un café
en un hotel algo serio
—ni siquiera un canapé—;
y en aquellos aposentos
Fernando nos obsequió
con una disquisición
sobre los enterramientos
en iglesias y conventos.

Dirigiéndose a destajo
Carolina, la anfitriona,
acueducto cuesta abajo
—¡vaya unas prisas, carajo,
si te paras te abandona!—.
Para ver su arquitectura,
nos dirigió con premura
al barrio de San Lorenzo
—¡a cansarme ya comienzo
de esta veloz andadura!—
Menos mal, que nos espera
la razón más importante
de esta mañana viajera:
el ansiado restaurante;
¡si te atrasas, comes fuera!

Tras el paseo andarín,
así comenzó el festín:
croquetas de tres sabores,
de espinacas, las mejores,
luego ensalada, y al fin
el dorado cochinillo
que apetitoso y crujiente
no se corta con cuchillo
sino a golpes de platillo
¡es algo muy sorprendente!,
y para finalizar
brownie, torrija o coulant,
eso nos puede engordar,
pero para adelgazar…
ascender, ¡ese es el plan!

¡La catedral nos espera!
Para subir a la torre
hay una inmensa escalera
que sus tres pisos recorre,
mas no la subes entera,
ciento noventa escalones
con tres pisos o jalones.
El primero con asientos
en estancia sin balcones
para ver las proyecciones.
El segundo es residencia
donde vivió el campanero
con toda su descendencia,
¡hay que ser aventurero
y tener gran resistencia!
La estrechura nos agobia
y un temblor involuntario
nos produce claustrofobia,
pero al ver el campanario
contemplas todo Segovia.
Hay diez campanas colgando
en enormes aberturas,
a cuatro puntos mirando,
desde estas grandes alturas,
al «veo, veo» jugando:

—Veo, veo.
—¿Qué ves?

Allá abajo muy cercano
el acueducto romano;
y a lo lejos fría y yerta,
aunque en muy distinto plano,
Peñalara y Mujer Muerta.

—Veo, veo.
—¿Qué ves?

Aunque ya no se ve el río,
en el hueco del Clamores
vemos un poco sombrío,
hoy todavía sin flores,
el cementerio judío.

—Veo, veo.
—¿Qué ves?

Para ver el impasible
Alcázar que mira al tajo,
aunque nos cueste trabajo,
y aunque parezca increíble,
¡has de mirar hacia abajo!

—Veo, veo.
—¿Qué ves?

Hacia el Parral miras, pues,
y a los pies de estas campanas
todos los tejados ves
de las casas segovianas
con las tejas del revés.

    El grupo estaba contento por el acontecimiento. —A bajar por la escalera. —¡Pues, menuda nos espera, otra vez más sufrimiento! Tras la bajada infernal, una visita liviana por toda la catedral, le puso el broche final a la excursión segoviana. Serían razones innecesarias añadir aforismos y estribillos, mas, no existiendo opiniones contrarias, por esta vez, en lugar de sicarias, otorgaremos cinco cochinillos.

Paco Cantos  6/2/2020