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¡Contemplad todo Segovia!

  A El Dorado en Segovia, con ahínco,
nosotros acudimos veinticinco,
y esa jornada fue tan memorable
que os la voy a contar —es indudable—,
en versos reunidos de cinco en cinco:

Segovia, a seis de febrero
junto al ruedo del albero
los que somos de Alcalá
hemos llegado primero,
el resto ya llegará.
Tras bienvenida oficial
y el grupo bien retratado
—foto pa’El Adelantado—,
a San Antonio el Real,
primer lugar visitado,
fuimos todos en hilera,
y no tuvo gran misterio
tras una marcha ligera
—cinco minutos siquiera—
llegar a tal monasterio.
Su sala capitular,
su claustro y su artesonado
de forma rectangular;
allí se puede encontrar
patrimonio inesperado;
pueblan paredes y techos
armas, escudos y estrellas
y multitud de pertrechos,
Niños-Jesús contrahechos,
en las vitrinas aquellas.
Y de todas las clarisas
que este lugar ocuparon,
y en su capilla rezaron
sus oraciones sin prisas,
hoy tan solo tres quedaron.

Al salir del monasterio,
la hora del tentempié,
que consistió en un café
en un hotel algo serio
—ni siquiera un canapé—;
y en aquellos aposentos
Fernando nos obsequió
con una disquisición
sobre los enterramientos
en iglesias y conventos.

Dirigiéndose a destajo
Carolina, la anfitriona,
acueducto cuesta abajo
—¡vaya unas prisas, carajo,
si te paras te abandona!—.
Para ver su arquitectura,
nos dirigió con premura
al barrio de San Lorenzo
—¡a cansarme ya comienzo
de esta veloz andadura!—
Menos mal, que nos espera
la razón más importante
de esta mañana viajera:
el ansiado restaurante;
¡si te atrasas, comes fuera!

Tras el paseo andarín,
así comenzó el festín:
croquetas de tres sabores,
de espinacas, las mejores,
luego ensalada, y al fin
el dorado cochinillo
que apetitoso y crujiente
no se corta con cuchillo
sino a golpes de platillo
¡es algo muy sorprendente!,
y para finalizar
brownie, torrija o coulant,
eso nos puede engordar,
pero para adelgazar…
ascender, ¡ese es el plan!

¡La catedral nos espera!
Para subir a la torre
hay una inmensa escalera
que sus tres pisos recorre,
mas no la subes entera,
ciento noventa escalones
con tres pisos o jalones.
El primero con asientos
en estancia sin balcones
para ver las proyecciones.
El segundo es residencia
donde vivió el campanero
con toda su descendencia,
¡hay que ser aventurero
y tener gran resistencia!
La estrechura nos agobia
y un temblor involuntario
nos produce claustrofobia,
pero al ver el campanario
contemplas todo Segovia.
Hay diez campanas colgando
en enormes aberturas,
a cuatro puntos mirando,
desde estas grandes alturas,
al «veo, veo» jugando:

—Veo, veo.
—¿Qué ves?

Allá abajo muy cercano
el acueducto romano;
y a lo lejos fría y yerta,
aunque en muy distinto plano,
Peñalara y Mujer Muerta.

—Veo, veo.
—¿Qué ves?

Aunque ya no se ve el río,
en el hueco del Clamores
vemos un poco sombrío,
hoy todavía sin flores,
el cementerio judío.

—Veo, veo.
—¿Qué ves?

Para ver el impasible
Alcázar que mira al tajo,
aunque nos cueste trabajo,
y aunque parezca increíble,
¡has de mirar hacia abajo!

—Veo, veo.
—¿Qué ves?

Hacia el Parral miras, pues,
y a los pies de estas campanas
todos los tejados ves
de las casas segovianas
con las tejas del revés.

    El grupo estaba contento por el acontecimiento. —A bajar por la escalera. —¡Pues, menuda nos espera, otra vez más sufrimiento! Tras la bajada infernal, una visita liviana por toda la catedral, le puso el broche final a la excursión segoviana. Serían razones innecesarias añadir aforismos y estribillos, mas, no existiendo opiniones contrarias, por esta vez, en lugar de sicarias, otorgaremos cinco cochinillos.

Paco Cantos  6/2/2020

2 comentarios:

  1. La mejor crónica posible de un día estupendo.¡Mil gracias!
    Carolina

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  2. Esta me la había perdido, no paras de mejorar. Habrá que votar si te nombramos Virrey de la Rima además de Mariscal de la Pedriza😊😊😊

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