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Mina de las Cortes y Senda Herreros

  La excursión tuvo su inicio
a tres días del solsticio
de invierno —no es nada extraño—,
un miércoles muy propicio
para terminar el año.
  La previsión auguraba
niebla, frío y ventarrón,
mas fue una equivocación,
ya que no nos anunciaba
darse térmica inversión.
  ¡Vaya un día más pachucho!,
seguro que llueve mucho.
—No sé si a los de Alcalá
esto nos convencerá,
quizá nos dé un arrechucho—.

  Mandó nuestro comandante
convocatoria oficial
justo en la Fonda Real,
que hoy es solo un restaurante,
mas nombre tan rimbombante
  fue debido a una memez,
pues con toda rapidez
se hizo famoso el recinto
porque el rey Felipe V
allí pernoctó una vez.

  Al salir, por consiguiente,
tomamos directamente
la ruta que por en medio
sin saltar, cruzando un puente,
atraviesa el Navalmedio,
  y ascendiendo por el río,
siguiendo la margen diestra,
nos entró un escalofrío
ante un nuevo desafío:
la cornamenta siniestra
  de una vaca en el camino.
Vito y Twiter dan ladridos,
y con instinto asesino
la siguen enloquecidos.
Cambio de tercio canino,
  y con una revolera
Mecha se mete en faena
con el astado en la arena.
¡Que le den una montera
a esa perra tan torera!
  Kiro se nos viene arriba
y la vaca que se agobia
se vuelve un poco agresiva,
¡Que le den la alternativa
en el coso de Segovia!
  Cambio de tercio y pitada,
pues la vaca mosqueada
a todos los gemesmeros
nos confundió con toreros
provocando la espantada.

  Tras un ascenso empinado
y una trepada cansina
por una senda anodina,
hubimos por fin llegado
a la boca de la mina,
  y aunque hay cosas más modernas
para no llevarse un fiasco
unos fueron con linternas,
y algunos hasta con casco
para explorar las cavernas.
  ¿Y dentro, qué es lo que había?:
una cueva muy vacía
murciélagos, unos cien,
y al fin de la galería
hubo un portal de Belén.

  Seguimos por la ladera,
atravesamos la vía
un poco más todavía,
y sacamos la tartera,
en una zona algo fría,
  y de la niebla hubo que
poner los culos a salvo
en tomando el tentempié,
aun siendo solo un café,
justo en el collado Albo.

  Por la cuerda remontamos
a la Pimpollada Negra,
el sol al fin contemplamos
y de la niebla escapamos
—lo que siempre nos alegra—,
  y al volver la vista atrás
vimos algo fascinante
la mejor vista, y quizás,
algo tan impresionante
que no olvidaré jamás,
  pues la térmica inversión
hace que según más subes
se despeja la visión
y abajo un gran mar de nubes
cubre toda la extensión.

  El volver no fue sencillo:
roquedales puñeteros
siguiendo la Senda Herreros
hacia el Hoyo Terradillo,
comienzo del río Pradillo;
  y si por estas pedrizas
la subida es muy cansada
más perversa es la bajada
por rocas resbaladizas
—un traspiés y te deslizas—.
  Seguimos el río Pradillo
hasta cruzar Camorritos
iba el río crecidillo
y no vimos puentecitos,
¡hay que saltar, señoritos,
  y el torrente no se aplaca!
Saltamos sin alharaca
y ninguno se mojó,
pero más de uno cayó
sobre una caca de vaca.
  Nos quedaba, por un prado,
pasar un breve collado,
sobrepasar sin remedio
la presa de Navalmedio,
y veríamos alcanzado
  nuestro destino final
por caminos principales,
dos kilómetros, total,
sin cuestas ni pedregales,
hasta la Fonda Real.

  A mí en nada me compete
poner nota a la excursión,
que el cronista la interprete
y dé su propia opinión,
en eso nadie se mete,
  pero me estoy preguntando:
¿pensando y considerando
qué bien nos fue la excursión,
será buena puntuación
la que le pondrá Fernando?

Paco Cantos  18/12/2019

Quinientos días juntos

  Se me antoja que fue ayer
cuando el GMSMA empezó,
pero una suma arrojó
que el grupo tiene en su haber
  ya quinientas excursiones;
cuatro mil trescientos días
no son fanfarronerías,
¡doy mis felicitaciones!
  Mas pensando que no hay quien
todas pudiera contar,
bien se podría intentar
contarlas de cien en cien:

  La cien tuvo la prudencia
de explorar el río Aulencia,
fue una animada excursión
sin dolores ni agujetas,
y se hicieron camisetas
como conmemoración.

  La doscientos, sin encantos,
se realizó entre dos santos:
San Pedro a San Agustín;
recorrido interminable,
y un calor inenarrable,
aunque terminó en festín.

  La trescientos fue rareza,
una difícil proeza;
una excursión mochilera
de ocho valientes cofrades,
allá por las Merindades:
subir el Castro Valnera.

  La cuatrocientos, festiva,
desde el Pontón de la Oliva
a Cueva del Reguerillo,
que no nos dejó perplejos
como los Enebralejos,
porque entrar no era sencillo.

  Por fin llegó la quinientos
que entre buenos sentimientos
y rodeados de pinos,
la preceptiva excursión,
la comida y el fiestón
se celebró en Peguerinos.

  Hubo, además, muchas otras excursiones
de las cuales solo algunas citaré
tantas hazañas y tantas emociones
son un recuerdo que nunca olvidaré:

  Nos causó bastante pena
esa historia del Pino de la Cadena.

  Sin duda lo más  morboso
fue visitar el Azud del Tenebroso.

  No se oyeron muchas quejas
al subir el Callejón de las Abejas.

  Por poco, de aquel recinto
nos quedamos sin salir, del Laberinto.

  Algo muy impresionante,
fue cruzar el Cuchillar del Asomante.

  Habría sido una imprudencia
torear en el redondel de Canencia.

  Singular y bien notorio,
descender las Cascadas del Purgatorio.

  Estuvimos muy atentos
al ver la Piedra Escrita de Cenicientos.

  La escalera chapucera
que permite el paso de la Cagalera.

  Repetiría la proeza
de visitar la fábrica de cerveza.

  Del Diablo tan listillo
vi su puente, carro, ventana y colmillo.

  Aquella lluvia mezquina
que nos cayó en las hoces de Pelegrina.

  El rayo que causó estrago
y susto del Picazuelo de Buitrago.

  Roca bastante curiosa
la del Dinosaurio de la Maliciosa.

  No tenía cognición
de que el tal Pacheco tuviera un Cojón.

  ¡Cuidado!, te descalabras
al escalar por la Ruta de las Cabras.

  Con tres mil euros te apañas
si a los Baños de Venus vas y te bañas.

  Un lugar espiritual,
Jarama y Monasterio de Bonaval.

  Ni bares ni botellón,
que es para andar la Ruta del Boquerón.

  Toda de nieve cubierta,
la silueta yerta de la Mujer Muerta.

  Cárcavas de Burujón,
que me gustaron más que las del Pontón.

  Nocturnas con luna llena,
con más invitados que en una verbena.

  A la Maliciosa Baja
en frío, ninguna excursión aventaja.

  Las chorreras del Hornillo,
los Litueros, San Mamés, ¡vaya fresquillo!

  Al Valle de los Caídos
nos colamos, pero fuimos sorprendidos.

  Que alguien me lo recuerde:
¡No parar en el Puerto de la Cruz verde!

  La aventura temerosa
de explorar el búnker de la Marañosa.

  Les pareció el más allá
pasearse por los cerros de Alcalá.

  Llegar al Balcón Prohibido,
la mayor transgresión que hemos cometido.

  Remar nos gustó un montón
en Buitrago, Picadas y el Duratón.

    Y hasta aquí resumiría
unas cuantas excursiones,
que aunque las hay a montones,
contar todas, no podría.

  ¿Cómo expresar la quinientos
hablando con precisión?
quingentésima excursión,
y así todos tan contentos,
  pero más nos gustaría
con aire bien juvenil
llegar a cumplir las mil:
la milésima sería.

Paco Cantos  4/12/2019

Épica excursión a la Maliciosa Baja

     No estaba el tiempo muy fino
la mañana de febrero
que con ocho bajo cero
amaneció en Mataelpino.
¿Cuál sería nuestro destino?
Cosa de poco esta vez:
Subida con placidez,
explanadas poco angostas,
regreso con rapidez
y un cocidito en las Postas.

     Pero al fin la exploración
distó de lo planeado
mucho más de lo esperado,
y desde aquella ocasión,
nuestra penosa excursión
de viento y de sabañones,
aunque por sus pretensiones
el título nos descuadre,
se llamaría «La madre
de todas las excursiones»

     Algunas vacilaciones
y empezamos la subida
con intención decidida
de alcanzar sin dilaciones
la cuerda de los Porrones.
Dos kilómetros apenas,
pasamos unas colmenas
con un cartel avisando:
«Hay abejas trabajando»,
¡si te pican, allá penas!

     Se nos vino un nubarrón,
se iba agravando el relieve,
surgieron copos de nieve
en haciendo la ascensión
al collado del Porrón,
donde el viento huracanado
te dejaba congelado;
temperatura aparente
equivalía a menos veinte,
frío jamás soportado.

     Nunca el grupo conoció
tales momentos agónicos,
pues todo se congeló:
cámaras, móviles clónicos,
aparatos electrónicos,
narices, dedos y orejas,
a algunos, ¡hasta las cejas!,
agua de las cantimploras,
cuellos de las cazadoras...,
pero no se oyeron quejas.

     Con este clima temible
progresamos por la sierra
al filo de lo imposible.
¡Vaya mañana más perra,
así cualquiera se arredra!,
¿llegaremos algún día
con estas vistas opacas
al collado de las Vacas?
Y aunque poco se veía
muy pronto se llegaría.

     Pero al dejar el collado,
casi sorprendentemente
el ventarrón mencionado,
en nevada, bellamente,
se convirtió de repente,
y descendiendo a destajo
hacia el sur y cuesta abajo,
poco tiempo nos quedaba
pa'l cocido que humeaba
ventilarnos sin trabajo.

     Que en las Postas, por febrero
como manda la costumbre
hay que comerse el puchero,
sopa y luego la legumbre,
sentado junto a la lumbre.
y como los convidados
éramos disciplinados,
buena cuenta del cocido
que nos hubieron servido
dimos de cuatro bocados.

     Mas cosa muy sorprendente,
a acompañar la comida
se obsequió como bebida
un botijo solamente
relleno con aguardiente,
y todo el mundo rió
cuando al «nuevo» se ofreció
la bebida camuflada;
con esto se le gastó
su primera la novatada.

     No conocí otra ocasión
ni siquiera en muchos años,
que alguien en su cumpleaños
acudiera en conjunción
a su primera excursión,
salvo el caso de Santiago,
el nuevo senderomago
que ese octavo de febrero
hizo su primer sendero.
¡Santiago, toma otro trago!

     Quince fuimos los valientes
de aquella marcha excelente;
quince y solamente quince
sin hacernos ni un esguince:
Nico, Carlos, Juan, Joaquín,
los dos Antonios, Santiago,
Manuel, Javier, Antolín,
José Luis, José María,
Paco, Miguel Ángel Laso
y un Servidor que escribía.

     Y es precepto establecido
al final de la partida,
calificar la salida:
Por todo lo acontecido,
cómo nos supo el cocido,
la tormenta, el ventarrón
y gestas extraordinarias,
fue la única ocasión
en que obtuvo una excursión
la nota de ¡seis sicarias!

Paco Cantos  8/2/2010