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Granizos en Colgadizos

     Comenzó en Somosierra, que es un puerto
donde Madrid se junta con Segovia,
una excursión por monte tan abierto
que nos podría dar agorafobia.

     A la cita matinal
segovianos acudieron
del lado septentrional,
y madrileños lo hicieron
del lado meridional.
Subimos, para empezar,
una loma que se eleva
con subida regular,
llamada Majada Nueva.
Tuvo en tiempos su esplendor,
aquí una famosa escuela,
la de vuelo sin motor,
donde el suelo se nivela
para aterrizar mejor;
pasamos sin trascendencia
por los antiguos hangares;
fuimos a la residencia,
unas casas singulares
que hoy son todo decadencia,
construcciones de granito
que nosotros exploramos
mientras fotografiamos
nuestro rincón favorito.

     Seguimos subiendo, ufanos,
hasta la Peña del Muerto,
los primeros altozanos
de los Montes Carpetanos,
a media legua del Puerto,
y más alto sobre un claro
vimos algo más bien raro.
¿Era un platillo volante
o era una seta gigante?
No, pues era un radiofaro
que permite a los aviones
conocer su situación
y hacer la navegación
más fácil, si me lo pones.

     En Peña Zorrillo fue
el lugar donde sonó
la hora del tentempié,
y paramos ¡cómo no!
a reponernos con ello,
pues vino a continuación
el último subidón,
lo que provocó el resuello
de estos pobres andariegos;
subida discrecional
por pista o por cortafuegos,
¿cuál escogió cada cual?
la que quiso, pues dio igual.

     ¡Ay, destino traicionero!,
muy cerca ya del instante
del punto más culminante,
subiendo por el sendero,
nos sorprendió el aguacero.
¿Y sabéis lo que ocurrió?
San Pedro nos vaciló,
y al llegar a Colgadizos
las aguas cambió en granizos
y así la rima cuadró,
mas por culpa de la rima
no paramos ni un instante
en lo alto de la cima,
prosiguiendo hacia adelante
con todo el granizo encima.

      Volvimos, pues, cuanto antes,
por unas pistas bajantes,
protegidos por paraguas,
porque volvieron las aguas,
con nubes amenazantes.
El santo, como es sabido,
es un poquito guasón,
y después de lo caído
esta fue su reflexión:
«A mi cerro, muy leales,
ascendieron puntuales
en ferviente procesión;
se merecen los chavales
que se pare el chaparrón».
Y a partir de aquel momento,
como si fuera un hechizo,
no nos molestó el granizo
ni el aguacero ni el viento.

     La bajada fue empinada,
nadie se quejó de nada
ni se escucharon reniegos
por aquellos cortafuegos
de pendiente endemoniada,
porque ya se vislumbraba,
animándose la gente,
que no lejos y allí enfrente
el puerto nos esperaba.
Mas como broma pesada
nos quedaba una hondonada,
aunque para ser muy franco
la hondonada, más que nada,
era un profundo barranco.
La pendiente del ribazo
y la gran vegetación
produjo algún arañazo,
pero ningún batacazo
ni tampoco remojón,
cosa que los senderistas
afrontamos con valor,
disfrutando con humor
aventuras imprevistas.

     El final era inminente;
aun con el cielo cubierto
iba contenta la gente,
pues quedaba para el puerto
media legua solamente;
y así, sin más miramientos
en el puerto, finalmente,
nos despedimos contentos
hasta el miércoles siguiente.

Paco Cantos  21/4/2021

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