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¡Vaya año!

    Terminé el año pasado
con el deseo oportuno
que en el año veintiuno
todo hubiera mejorado,
pero al hacer el recuento
del año que ya ha vencido
hay cosas que han sucedido
que no me dejan contento.
    Un nuevo virus mutado
¡vamos por la sexta ola!,
no hay plaga que venga sola
y los males no han cesado,
erupciones del volcán,
la borrasca Filomena...
todo ha sido una condena
que nos ha jodido el plan.
Menos mal que en ocasiones
entre tanta adversidad
está la felicidad
que dan nuestras excursiones:
    Hemos trotado por montes,
el de Boadilla y de El Pardo,
grato recuerdo que guardo
de aquellos dos horizontes.
    Hemos saltado las vallas
para andar por las dehesas
y nos llevamos sorpresas
al ver varias atalayas.
    Hemos bajado al subsuelo
¡curiosidad nos empuja!
a la Cueva de la Bruja
y a la mina del Consuelo.
    Hemos pisado la nieve
y en Peñalara la cosa
se puso tan engorrosa
que la jornada fue breve.
    Hemos visto Cuerda Larga
en invierno y en verano,
con un calor africano
o con un frio que aletarga
    Hemos pisado Segovia
tantísimas veces más,
que estoy pensando, quizás,
si buscarme allí una novia.
    Hemos subido montañas,
pasado desfiladeros,
traspasado vertederos
y las cosas más extrañas.
    Hemos seguido canales
en el sitio de Aranjuez,
qué maravilla, ¡pardiez!
son sus jardines reales.
    Hemos visto en Alcalá
de noche, la luna llena,
algo más de una docena
de lunas que vimos ya.
    Hemos pasado zozobras
descendiendo unas buitreras
por peligrosas pedreras
y arriesgadas maniobras.
   Hemos gozado del viento
la lluvia y hasta el granizo,
del bocata de chorizo
disfrutando del momento.
    Adiós digo al veintiuno
año lleno de pesares
y catástrofes por pares
que no deseo a ninguno,
y una cosa solicito
para el dos mil veintidos:
¡Esperemos, quiera Dios,
que no venga un meteorito!

   Paco Cantos  1/1/2022

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