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Excursión a los Cuatro Cestos de la Pedriza

     Cerca del Canto Cochino
donde el aire era sutil,
en horario matutino
nos reunimos bajo un pino
un miércoles tres de abril.
«¡En marcha!», nos dijo Antonio,
y emprendimos la carrera
—de esto doy mi testimonio—
como si nos persiguiera
el mismísimo Demonio.
Tras el primer desarrollo
entre tanta hoja caduca
por el margen del arroyo,
no nos resultó mal rollo
llegar a Prado Peluca,
y en aquel anfiteatro
de piedra y asimetría
pudimos los veinticuatro
observar cuanta agonía
nos quedaba todavía.

     Poco a poco la llanura
se tornó en piedra y locura;
los fugaces se marcharon,
los perros se acojonaron,
llegó el punto de ruptura
en que perros, amos y otros
en vista de la pendiente
se fugaron hábilmente
dejándonos a nosotros
desconsideradamente.
Pero los perros, no todos,
se amilanan con las peñas;
Teo buscando acomodos
escalaba los recodos
de las piedras madrileñas,
y entre piedras caballeras
Buitreras a la derecha,
a la izquierda las Oseras,
ascendía la perra Mecha
como si hubiera escaleras.

     Tanto la cuesta crecía
que Molero me decía:
«Con tu excursión me disturbas»;
porque en OruxMaps las curvas
de nivel juntas veía.
Tras cuantiosos resoplidos
senderomagos sufridos
nos quedamos como bobos
y algo cariacontecidos
bajo el Puente de los Lobos.
Poco queda ya por estos
caminos de Navajuelos
vemos ya los Cuatro Cestos,
¡Por fin la llegada! ¡Cielos,
no más ascensos funestos!
Pero al llegar a la cumbre
nos sorprendió un viento helado
solamente remediado
por el calor de una lumbre
y un caldo bien concentrado,
y decidimos al punto
meternos al Laberinto,
que orientado al sol —barrunto—,
es un cálido recinto.
¡Así se zanjó el asunto!

     Todo lo que antes subimos
los humanos y los canes
esta vez lo descendimos,
y entre piedras recorrimos
bajadas y toboganes
hasta llegar al vivac
de Cinco Estrellas llamado.
Bien nos hubiera agradado
una copa de coñac
además de un buen asado,
mas solo nos contentamos
con bocata que tomamos
a palo seco ¡Pardiez!
No hubo bota, y esperamos
que no nos pase otra vez.

     Buscando nuestro camino
para salir del recinto
pasamos el Capuchino,
y encontramos con atino
la Puerta del Laberinto.
Bajar, bajar y bajar
¡Madre mía, esto es el colmo!
Poco había de quedar
para poder arribar
a la gran piedra del Tolmo,
y desde allí solamente,
siguiendo por La Autopista
esta excursión deportista
finalizó fácilmente
con los coches a la vista,
mas no habíamos terminado:
Para tomar la cerveza,
un poco con extrañeza
fuimos todos con agrado
al hogar del jubilado.

     Y ahora, sin más dilación,
terminada la excursión,
por motivaciones varias
doy de calificación
cuatro con cinco sicarias.

Paco Cantos  3/4/2019

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